Durante mucho tiempo el graffiti estuvo relegado a paredones grises y cuadras oscuras. Una marginalidad que se desprendía de su propia prohibición e ilegalidad nacida en los años 80. Pero, sabiendo el amor de la moda por las subculturas, es que el graffiti fue ascendiendo de la calle al Prêt-à-porter y a las galerías de arte, donde nuevos artistas se hacen ricos y famosos con las obras sobre lienzo que antes decoraban trenes y paredes.
Las redes sociales han servido como un medio de publicación eficaz de las obras de grafiteros; especialmente, el Instagram es una de sus plataformas predilectas para dar a conocer sus obras.
Efectivamente, si todo funciona dentro de la legalidad, admirar una grafitti puede resultar ser una experiencia muy amena.
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